Se tragó el patriarcado a diputadas de #Morena
La protección a Blanco sugiere que, en la práctica, las alianzas políticas y los intereses partidistas pueden prevalecer sobre la justicia y la protección de las víctimas.
#PolíticaParaCigotos | Oswald Alonso- La reciente decisión de la Cámara de Diputados de México de mantener el fuero a Cuauhtémoc Blanco, exgobernador de Morelos y actual diputado federal, acusado de intento de violación por su media hermana, Nidia Fabiola Blanco, ha generado una profunda controversia. Esta determinación, respaldada por una mayoría que incluyó a legisladores de Morena, PRI y PVEM, contrasta marcadamente con el compromiso declarado del gobierno de proteger a las mujeres contra la violencia.
Es particularmente inquietante que, en un contexto donde la presidenta Claudia Sheinbaum ha enfatizado la importancia de salvaguardar los derechos de las mujeres, se observe una aparente incongruencia entre el discurso y la acción legislativa. Sheinbaum ha implementado medidas significativas, como la creación de una secretaría de las Mujeres y la inclusión de la igualdad sustantiva en la Constitución, reflejando un compromiso con la causa feminista.
Sin embargo, la protección otorgada a Blanco sugiere que, en la práctica, las alianzas políticas y los intereses partidistas pueden prevalecer sobre la justicia y la protección de las víctimas. Este caso pone de manifiesto una disonancia preocupante: mientras que la administración federal promueve políticas de igualdad y combate a la violencia de género, en el ámbito legislativo se toman decisiones que parecen contradecir estos principios.
La reacción de diversas diputadas, quienes protestaron enérgicamente durante la sesión, evidencia la fractura y el descontento dentro del propio partido gobernante. Estas legisladoras, al alzar la voz y calificar de “machista” el respaldo a Blanco, reflejan la tensión existente entre las bases comprometidas con la agenda de género y la cúpula política que, en este caso, optó por proteger a uno de los suyos.
Este episodio subraya la necesidad imperiosa de coherencia entre el discurso y la acción. La lucha contra la violencia de género no puede ser solo una bandera política; debe traducirse en decisiones concretas que prioricen la justicia y el bienestar de las víctimas, sin importar las afiliaciones o conveniencias políticas. De lo contrario, se corre el riesgo de que las promesas de protección y equidad queden relegadas a meras declaraciones vacías, erosionando la confianza pública en las instituciones y en quienes las representan.
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