Blanco y Adán, comparten un rasgo: han sido protegidos por una maquinaria de poder.
La diferencia es que ahora se prescinde del disimulo. Si antes la complicidad era una danza silenciosa en los pasillos del poder, hoy es una coreografía de plaza pública con coreutas a sueldo.
Política para Cigotos | Oswald Alonso. Hay frases que se pronuncian con ternura, con amor, respeto. Otras, con amenaza. Y hay algunas que, en la política mexicana contemporánea, suenan como sentencia y absolución al mismo tiempo. “No estás solo”, por ejemplo, parece un abrazo -del diablo pero al fin abrazo-, pero en realidad es un blindaje: un conjuro de inmunidad pronunciado desde el Olimpo del poder en la 4T.
Cuauhtémoc Blanco Bravo, exfutbolista de talento innegable y gobernador de Morelos por error de cálculo democrático, es el emblema perfecto del caos con tenis. Rodeado de escándalos: desvíos de recursos, fotografías con capos del narcotráfico, denuncias de tentativa de abuso sexual, desvóo de recursos, nepotismo y un largo historial de frases vacías. Y sin embargo, “no está solo”. El partido en el poder, en lugar de investigar, optó por corearle como en las tribunas: “¡Bendito Cuau!” El carisma como coartada.
Aún recordamos que después de las acusaciones de abuso sexual en grado de tentativa, un grupo de mujeres diputadas desde tribuna en sesión de la Cámara de Diputadas y Diputados, abrazaron con ternura e impunidad al presunto violentador, con una fase que aún ofende a otras mujeres gritaron para que el mundo lo escuchara:”no estás solo”. Así con ese grito la mayoría voto para no quitarle el fuero y enfrenta acusación pero con el manto protector de la política y el aparato oficialista.
Adán Augusto López, por su parte, no juega fútbol, pero sí con los tiempos y las sombras del poder. Como gobernador de Tabasco, colocó al frente de la seguridad pública a un hombre que luego fue señalado por colusión con el crimen organizado. Grave, sí, pero no tanto como para fracturar la hermandad política. Después de todo, sería injusto juzgarlo por los actos de su subordinado, ¿verdad? Es el mismo argumento que usó Felipe Calderón cuando García Luna tejía su alianza con el narco desde la oficina contigua.
Ambos personajes, Blanco y López, comparten un rasgo: han sido protegidos por una maquinaria de poder que, como los viejos regímenes del PRI y PAN, ha perfeccionado la impunidad. Pero esta vez con menos rubor y más votos. La diferencia es que ahora se prescinde del disimulo. Si antes la complicidad era una danza silenciosa en los pasillos del poder, hoy es una coreografía de plaza pública con coreutas a sueldo.
La moral se volvió líquida, como decía Zygmunt Bauman, pero en México parece haberse evaporado.Y si el aliado es popular, le perdonamos el pecado con tal de ganar la elección. “No estás solo” no es una consigna de fraternidad, sino un sello de protección partidista. Un amuleto. Como ocurrió hace unas horas cuando en el Consejo Político del partido oficialista Morena, se volvió a escuchar ese grito de impunidad y complicidad a favor del líder de los senadores Adán Auguto, de una clase política que ahora se dice izquierda pero que actua como los dinosaurios del PRI: “no estas solo. Ese grito se volvió a escuchar como canción pegajosa de moda en la radio.
Ya no se trata de si Blanco es culpable o si Adán fue omiso. Se trata de si su imagen rinde votos. El sistema no exige inocencia, sólo eficacia electoral. El mensaje es claro: puedes abrazar a un capo, designar a un infiltrado, incluso agredir, mientras seas útil. “No estás solo”, te dicen, y eso basta para que la justicia haga mutis.
En esta tragicomedia, el Estado de derecho es el gran espectador silenciado. Y el ciudadano, reducido al papel de hincha resignado, ve cómo el juego político se disputa sin reglas, sin árbitro y con la cancha inclinada hacia la impunidad.
Tal vez el verdadero problema no sea Cuauhtémoc ni Adán. Tal vez el verdadero escándalo es que el sistema sigue aplaudiendo a quienes deberían estar rindiendo cuentas. Y en ese aplauso, todos estamos… irónicamente, solos.
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